DISCURSO DE JIDDU KRISHNAMURTI
(11 de enero de 1927)
Amigos: Me parece ideal que nos
reunamos todos una hermosa mañana como ésta en este valle feliz, y espero que
haya muchas ocasiones en que nos reunamos así. Esta mañana quisiera exponeros
cierta actitud que cada uno de nosotros debe esforzarse en adquirir en
cooperación, a fin de comprender la absoluta y perfecta Verdad.
Si investigáis en las muchas
religiones del mundo, encontraréis que, en la mayoría de ellas, hay un
estimulante ante cada adorador, que lo induce o incita a hacer el bien: a hacer
el bien para ganar el cielo, a evitar el mal para librarse del otro reino.
Encontraréis que, en todo hogar, la madre dice al niño que debe ser bueno a fin
siempre “a fin” de adquirir algo. Si él es malo, será castigado; pero si es
bueno, sus acciones serán recompensadas. Existe siempre la cuestión de la
recompensa y reconocimiento, y la del desagrado y castigo.
Sed buenos y es probable que
alcancéis el reino de los cielos; sed malos, y con seguridad, iréis al reino
del infierno. En todas partes, hay esa inducción a la bondad. Como a los niños
se nos dice que debemos ser buenos a fin de obtener algo. La misma filosofía se
practica en nuestra vida diaria, en nuestra literatura, en nuestra actitud
mental, en nuestras labores. La Sociedad en general exige que seamos buenos. Si
no, los miembros de esa Sociedad nos amenazan y castigan.
Y, ahora, como la fresca brisa de
la mañana, que sopla sobre la tierra cálida, viene una nueva Verdad, una nueva
comprensión de la Vida, un nuevo propósito, un nuevo éxtasis que debéis hacer
el bien por el bien mismo; no para que adquiráis algo, no para que se os
agradezca, no para que se os recompense, sino porque es lo más noble que podéis
hacer. Pensar noblemente, sentir noblemente, vivir noblemente, por su nobleza
misma y por un valor mismo, es la más grande verdad y el más grande estímulo,
si el estímulo es necesario, y la más grande incitación, si la incitación es
necesaria, y el más grande estimulante. Ello nos proporciona a cada uno de
nosotros el acicate el propósito, para hacer lo recto por su misma rectitud, no
por un futuro que nos presente, una futura inducción. Tenemos que hacer lo
noble, por su nobleza misma, por su valor mismo, por su objeto mismo, y echar a
un lado todas las demás cosas a fin de vivir felizmente.
Olvidad las sectas, las
Sociedades, las Órdenes a que pertenecemos; olvidad todas esas cosas, a fin de
llevar a cabo lo que deseamos, haciendo el deseo más y más noble, más y más
perfecto: he ahí el reino de la Felicidad. A fin de alcanzar esta seguridad de
propósito, esta magnificencia de propósito, este éxtasis de propósito, debemos
tener la inseguridad de la cual nace la seguridad inmensa. Si buscamos, si hay
esfuerzo, si hay anhelo, adquiriremos, obtendremos, y seremos maestros de la
Verdad, y seremos dioses expatriados. Debemos probar nuestros actos, debemos
probar nuestras creencias, debemos probar nuestras ideas y nuestros pensamientos
desde este punto de vista y desde ningún otro.
Debemos probar nuestros
pensamientos, nuestras creencias, nuestros ideales, por su misma naturaleza, a
la luz de esta Verdad, y no por otra cosa, no por un estimulante que nos anime,
no por una incitación que nos induzca a cada uno de nosotros. Si nuestras
creencias están basadas, están fundadas de tal manera que se hagan pedazos a la
luz de la Verdad, cada uno de nosotros debe reparar la casa, trasladar la casa
a un terreno más firme, abrir nuestros caminos con mucha más profundidad, de
modo que estemos en condiciones de resistir, de modo que nuestras casas
aguanten por si solas, contra todos los torrentes, contra todos los torbellinos
del mundo.
Y, cuando, desde esa inseguridad,
tratéis de descubrir la gran seguridad, enconar traméis que solamente la Verdad
por sí misma es digna de un esfuerzo, digna de consecución, digna de un
sufrimiento; y, entonces, crearéis todas las cosas a la medida de la Verdad.
Actualmente, por no haber encontrado la Verdad, estéis construyendo a la sombra
de la imagen de la creación falsa, de la imagen incierta, pero, en el momento
que estéis seguros, en el momento que conocéis otra Verdad, empezáis a construí
a la sombra de la imagen de la Verdad.
No necesitamos que nadie nos
señale la verdad en la belleza del crepúsculo, en la cumbre, bañada por el sol
de una montaña, en el aroma de las flores, en el sufrimiento de cada uno de
nosotros, en el éxtasis de cada uno de nosotros. La Verdad se halla dondequiera
que la busquemos, si miramos con ojos de una claridad absoluta, echando a un
lado todos los prejuicios, toda mezquindad, todas las restricciones, y todas
las limitaciones. Para el hombre que ha encontrado la Verdad, nunca puede su
felicidad quebrantarse, nunca puede estimularse, ni glorificarse, ni
destruirse. Por eso Él viene. Por eso cada uno de vosotros debe estar inseguro
para que se le dé seguridad, pues Él os dará seguridad de propósito, la
seguridad de la Verdad.
Donde hay contento, donde hay
satisfacción, donde hay mezquindad y limitación, nunca puede encontrarse la
Verdad, ni la felicidad perdurable. Donde hay incertidumbre, donde hay un
anhelo de averiguar la Verdad, donde hay sufrimiento, puede sembrarse la
semilla de la Verdad. Necesitamos la perspectiva de la distancia para percibir
con exactitud la belleza de todas las cosas. ¿Habéis observado alguna vez la
obscuridad que hay inmediatamente debajo de la llama de la vela?, no podéis
leer, no podéis descubrir, no podéis averiguar. Debéis alejaros a las cumbres de
las montañas: debéis alejaros a los campos, al mundo humano, a las tierras
donde hay aflicciones y grandes éxtasis, y entonces descubriréis la verdad, y
entonces seréis capaces de leer vuestra vida a la luz de esa misma vela bajo la
cual fuisteis incapaces de leer antes.
Aquellos que meramente se llamen
miembros de la Estrella, de la Sociedad Teosófica, de esta religión o de
aquella secta, dejarán de comprender la gran Verdad, mientras continúen en las
mezquinas limitaciones y enseñanzas. Así como inmediatamente debajo de la luz
de la vela, hay más obscuridad, así, bajo los muros de la mezquindad, de la fe
ciega y de la superstición, la Verdad nunca puede existir.
Si destruís todas estas cosas
transitorias en busca de la Verdad eterna, por medio de la observación
constante, por medio del pensamiento intenso, por medio de las emociones
dominadas y plenamente despiertas, por medio de las meditaciones y por medio de
los sueños, realizaréis la Felicidad. Cual la flor se abre a la luz del sol,
asió en esa realización, os abriréis vosotros y floreceréis a la luz de la
Verdad.
Jiddu Krishnamurti
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