PROBLEMAS DE LA GUERRA Y LA PAZ
Pregunta: Mi hijo fue muerto en la guerra. Tengo otro hijo de
doce años y no quiero perderlo a él también en una nueva guerra. ¿Cómo se la
podrá evitar?
Krishnamurti: Estoy seguro que esta misma pregunta ha de hacerla
toda madre y todo padre a través del mundo. Es un problema universal. Y yo me
pregunto, a mi vez, qué precio los padres estarán dispuestos a pagar para
impedir otra guerra, para evitar que sus hijos sean asesinados, para impedir
estas aterradoras matanzas de hombres; qué quieren exactamente decir cuando
afirman que aman a sus hijos, que la guerra debe ser evitada, que tiene que
haber fraternidad, que hay que encontrar algún medio de poner fin a todas las
guerras.
Para crear nuevas formas de vida
tendrá que operarse un cambio revolucionario en nuestro pensar-sentir. Habrá
otra gran guerra, forzosamente la habrá, si continuamos pensando en términos de
nacionalidades, de prejuicios raciales, de fronteras económicas y sociales. Si
cada uno de nosotros considera realmente en el fondo de su corazón, lo que hay
que hacer para impedir una nueva guerra. Verá que tiene que dejar de lado toda
idea de nacionalidad, la religión particular a que pertenezca, su codicia y su
ambición. Si esto no se lleva a efecto, habrá una nueva guerra, pues estos
prejuicios y el pertenecer a tal o cual religión son tan sólo expresiones
externas de la ignorancia, del egoísmo, de la mala voluntad y de la
concupiscencia.
Me responderéis, sin duda, que
tomará demasiado tiempo la transformación de cada uno de vosotros y el
convencer a todos vuestros semejantes en el mismo sentido; que la sociedad no
está preparada para recibir esta idea; que a los políticos no les interesa; que
los dirigentes son incapaces de concebir un gobierno o Estado mundial sin
soberanías separadas. Diréis probablemente que sólo un proceso evolutivo
producirá gradualmente el cambio necesario. Si le respondieseis de ese modo a
un padre cuyo hijo está destinado a morir en una nueva conflagración, y si él
quiere realmente a su hijo, ¿creéis que hallaría alguna esperanza en este
proceso evolutivo gradual? Lo que quiere es salvar a su hijo, y por eso
pregunta cuál es el medio más seguro de terminar con todas las guerras.
No podrá quedar satisfecho con
vuestra teoría de la evolución gradual. ¿Esta teoría evolucionista de la paz
progresiva es verdadera o la hemos inventado para racionalizar nuestra pereza,
la tendencia egoísta de nuestro pensar-sentir? ¿No es acaso una teoría
incompleta, y por lo tanto falsa? Se nos ocurre que tenemos que atravesar todas
las etapas: la familia, el grupo, la nación, la sociedad internacional, para
alcanzar tan sólo en última instancia la paz. En ello hay una tentativa de
justificar nuestro egoísmo y estrechez de miras, nuestro fanatismo y nuestros
prejuicios; en vez de eliminar resueltamente el peligro que nos acecha,
inventamos una teoría del desarrollo progresivo y a ella le sacrificamos la
felicidad de las demás y de nosotros mismos. Si aplicamos nuestra mente y
corazón, empero, a curar la enfermedad mortal de la ignorancia y del egoísmo,
crearemos un mundo sano y feliz.
No tenemos que pensar y sentir
horizontalmente, por así decirlo, sino verticalmente. Veamos lo que ello
significa. Hasta ahora y con la idea de que eventualmente se llegará a un
paraíso sobre la tierra, nuestro pensamiento ha concebido un proceso gradual de
evolución, de lento esclarecimiento a través del tiempo, siguiendo una
corriente de conflictos y miserias sin fin, de asesinatos en masa y de treguas
llamadas “paz”. ¿Por qué, en vez de pensar y sentir a lo largo de esos senderos
horizontales, no habríamos de pensar verticalmente? ¿No podríamos zafarnos de
la continuación horizontal del desorden y las luchas, y pensar-sentir de nuevo,
alejándonos de todo eso, sin el sentido del tiempo, es decir, verticalmente?
Dejando de pensar en términos de evolución, lo cual tiende a racionalizar
nuestra pereza y continua postergación, ¿no podríamos pensar-sentir
directamente, simplemente? El amor de una madre la lleva a sentir directa y
simplemente, pero su egoísmo, su orgullo nacional y otros factores contribuyen
a que piense y sienta horizontalmente, en términos de evolución gradual.
El presente es lo eterno; ni el
pasado ni el futuro pueden revelarlo Sólo a través del presente se realiza
Aquello que es, independientemente del tiempo. Si deseáis realmente salvar de
otra guerra a vuestros hijos, y por consiguiente a la humanidad, habréis de
pagar el precio que corresponde: dejar de ser codiciosos y mundanos y no tener
mala voluntad hacia ningún ser. La concupiscencia, la mala voluntad y la
ignorancia, en efecto, engendran conflictos, desorden y antagonismos; nutren el
nacionalismo, el orgullo y la tiranía de la máquina. Sólo si estáis dispuestos
a libraros de la sensualidad, de la mala voluntad y de la ignorancia, salvaréis
a vuestros hijos de una guerra. Para lograr la felicidad del mundo, para poner
término a estos asesinatos en masa, tiene que producirse una completa
revolución en los espíritus. Ella nos traerá una nueva moral que no se basará
en valores sensuales sino en la liberación de toda sensualidad, mundanalidad y
ansia de inmortalidad personal.
Pregunta: Yo tenía un hijo que murió en la guerra actual. Él
no quería morir. Quería vivir para impedir que este horror llegase a repetirse.
¿Tengo yo la culpa de que haya muerto?
Krishnamurti: Todos nosotros tenemos la culpa de que continúen los
horrores actuales. Son el resultado externo de nuestra diaria vida interna, de
nuestra diaria vida de codicia, mala, voluntad, sensualidad, competencia,
afanes adquisitivos y religión especializada. La culpa es de todos los que,
entregándose a estas fuerzas, han engendrado esta espantosa calamidad. Es
porque somos individualistas, nacionalistas, apasionados, por lo que cada uno
ha contribuido a este asesinato en masa. Se os ha enseñado a matar y a morir,
pero no a vivir. Si de todo corazón aborrecieseis las matanzas y la violencia
en cualquiera de sus formas, encontraríais el medio de vivir pacífica y
creadoramente.
Si éste fuese vuestro fundamental
interés, os pondríais a averiguar dónde están las causas, los instintos, que
engendran la violencia, el odio y los asesinatos en masa. ¿Os anima ese interés
total y apasionado en suprimir la guerra? Si la respuesta es afirmativa,
tendréis que arrancar de vosotros mismos los motivos que inducen a emplear la
violencia y a matar no importa la razón que se dé para ello. Si deseáis acabar
con las guerras, tendrá que producirse una revolución íntima y profunda de
tolerancia y compasión; entonces vuestro pensar-sentir tendrá que librarse del
patriotismo, de la codicia, de toda identificación con determinados grupos y de
todas las causas que engendran enemistad.
Una madre me dijo una vez que el
abandono de todas esas cosas no sólo sería extremadamente difícil, sino que
provocaría una gran soledad y terrible aislamiento, insoportables para ella.
¿No era ella, entonces, también responsable de estas indescriptibles
desgracias? Algunos de vosotros tal vez concuerden con ella; y de ser así, con
vuestra pereza e irreflexión estaríais echando leña a la hoguera siempre
creciente de la guerra. Si, por el contrario, intentáis seriamente desarraigar
de vosotros las causas íntimas de enemistad y violencia, habrá paz y regocijo
en vuestro corazón, lo que surtirá inmediato efecto en torno vuestro.
Tenemos que reeducarnos para no
asesinar, no liquidarnos los unos a los otros por causa alguna, por más justa
que ella parezca para la felicidad futura de la humanidad, ni por ideología
alguna por más prometedora que ella sea; nuestra educación no tiene que ser
meramente técnica, pues ello inevitablemente engendra crueldad, sino que debe
enseñarnos a contentarnos con poco, a ser compasivos y a buscar lo Supremo.
La prevención de estos horrores y
destrucciones siempre en aumento depende de cada uno de nosotros; no de tal o
cual organización o plan de reforma, ni de ninguna ideología, ni de la
invención de mayores instrumentos de destrucción, ni de ningún jefe o
dirigente, sino de cada uno de nosotros. No creáis que las guerras no pueden
evitarse partiendo de una base tan humilde e insignificante; una piedra puede
alterar el curso de un río. Para llegar lejos tenemos que empezar cerca. Para
comprender el caos y la miseria mundiales, tendréis que entender vuestra propia
confusión y dolor, pues de éstos provienen los más vastos problemas del mundo.
Y para entenderos a vosotros
mismos tendréis que manteneros constantemente en estado de conciencia alerta y
meditativa, lo cual hará surgir a la superficie las causas de violencia y de
odio de codicia y ambición; estudiando dichas causas sin identificación, el
pensamiento las trascenderá. Nadie, salvo vosotros mismos, puede conduciros a
la paz. No hay más jefe ni sistema que pueda poner término a la guerra, a la
explotación y a la opresión, que vosotros mismos. Sólo con vuestra reflexión
con vuestra compasión y con el despertar de vuestro entendimiento, podrá
establecerse la paz y la buena voluntad.
Krishnamurti, Ojai, 1944.
Pregunta: Estas guerras monstruosas claman por una paz
duradera. Todos hablan ya de una tercera guerra mundial. ¿Ve usted la
posibilidad de evitar esta nueva catástrofe?
Krishnamurti: ¿Cómo podemos esperar evitarla cuando los elementos
y valores que causan la guerra continúan? ¿Ha producido algún profundo cambio
fundamental en el hombre la guerra que apenas acaba de pasar? El imperialismo y
la opresión mantienen aún su señorío, tal vez hábilmente disimulado; continúan
los estados soberanos separados; las naciones maniobran encaminadas a nuevas
posiciones de poder; el fuerte todavía oprime al débil; la élite dirigente
explota todavía a los dirigidos; los conflictos sociales y de clases no han
cesado; los prejuicios y odios arden por todas partes. Mientras el sacerdocio
profesional con sus prejuicios organizados justifique la intolerancia y la
liquidación de otro ser por el bien de vuestro país y la protección de vuestros
intereses e ideologías, habrá guerra. En tanto que los valores sensorios
predominen sobre el valor eterno, habrá guerra.
Lo que vos sois eso es el mundo.
Si sois nacionalista, patriota, agresivo, ambicioso, codicioso, sois entonces
la causa de conflicto y guerra. Si pertenecéis a alguna particular ideología, a
un prejuicio especializado, aun si se le llama religión, seréis entonces la
causa de contienda y miseria. Si estáis enredado en valores sensorios habrá
entonces ignorancia y confusión. Porque lo que sois es el mundo; vuestro
problema es el problema del mundo.
¿Habéis cambiado fundamentalmente
a causa de esta catástrofe presente? ¿No seguís llamándoos americano, inglés,
indo, alemán y así sucesivamente? ¿No codiciáis todavía posición y poder,
posesiones y riquezas? El culto se convierte en hipocresía cuando estáis
cultivando las causas de la guerra; vuestras oraciones os conducen a la ilusión
si os entregáis en brazos del odio y la mundanalidad. Si no borráis en vos
mismo las causas de enemistad, de ambición, de codicia, entonces vuestros
dioses son dioses falsos que os llevarán a la miseria. Sólo la buena voluntad y
la compasión pueden traer orden y paz al mundo y no los pactos políticos y las
conferencias. Debéis pagar el precio de la paz. Debéis pagarlo voluntaria y
dichosamente y ese precio es estar libre de concupiscencia y mala voluntad,
mundanalidad e ignorancia, prejuicio y odio. Si hubiese tal cambio fundamental
en vos, podríais contribuir a la existencia de un mundo pacífico y sano.
Para
tener paz debéis ser compasivo y reflexivo. Podréis no ser capaces de evitar la
Tercera Guerra Mundial, pero podéis libertar vuestro corazón y mente de la
violencia y de las causas que producen la enemistad e impiden el amor. Entonces
en este mundo de obscuridad habrá algunos que sean puros de corazón y mente y
de ellos tal vez venga a nacer la semilla de una cultura verdadera. Purificad
vuestro corazón y mente, porque sólo por vuestra vida y acción puede haber paz
y orden. No os perdáis y quedéis confusos dentro de las organizaciones, sino
manteneos por completo sólo y sencillo. No busquéis meramente evitar la
catástrofe, sino más bien que cada uno desarraigue profundamente las causas que
alimentan el antagonismo y la contienda.
Comentarios
Publicar un comentario