TRANSFORMACIÓN DEL INDIVIDUO Y LA SOCIEDAD

TRANSFORMACIÓN DEL INDIVIDUO Y LA SOCIEDAD

El dolor y la confusión existen siempre en el mundo; hay siempre en él este problema de lucha y sufrimiento. Llegamos a ser conscientes de este conflicto, de este dolor, cuando nos afecta personalmente o cuando está inmediatamente a nuestro alrededor, como lo está ahora. Los problemas de la guerra han existido antes; pero a la mayor parte de nosotros no nos han interesado porque estaban muy lejanos y no nos afectaban personal y profundamente; pero ahora la guerra está a nuestras puertas y esto parece dominar la mente de la mayor parte de la gente.

Ahora no voy a contestar las preguntas que inevitablemente surgen cuando interesan de modo inmediato los problemas de la guerra, la actitud y la acción que uno debiera asumir en relación a esta, etc. Pero vamos a considerar un problema mucho más profundo; porque la guerra es solamente una manifestación externa de la confusión y de la lucha interna de odio y antagonismo. El problema que debiéramos discutir, que es siempre actual, es el del individuo y de su relación con otro, que es la sociedad. Si podemos comprender este problema complejo, entonces tal vez estaremos en aptitud de evitar las múltiples causas que en último término conducen a la guerra. La guerra es un síntoma, por más que brutal y morboso, y ocuparse con la manifestación externa sin tener en cuenta las causas profundas de ella, es fútil y carece de propósito: cambiando fundamentalmente las causas, quizás podamos producir una paz que no sea destruida por las circunstancias externas.

La mayor parte de nosotros estamos inclinados a pensar que por medio de la legislación, por la simple organización, por el liderismo, pueden ser resueltos los problemas de la guerra y de la paz y otros problemas humanos. Como no queremos ser responsables individualmente de este torbellino interno y externo de nuestras vidas, acudimos a grupos, autoridades y acción de masa. Por medio de estos métodos externos se puede tener paz temporal: pero solamente cuando el individuo se entiende a sí mismo y entiende sus relaciones con otro, lo cual constituye la sociedad, puede existir la paz permanente, duradera. La paz es interna y no externa; sólo puede haber paz y felicidad en el mundo cuando el individuo  que es el mundo- se consagra definitivamente a alterar las causas que dentro de él mismo producen confusión sufrimiento, odio, etc. Quiero ocuparme con estas causas y cómo cambiarlas profundamente y en forma duradera.

El mundo que nos rodea está en flujo constante, en constante cambio: existe incesante sufrimiento y dolor. ¿Pueden existir paz y felicidad duraderas en medio de esta mutación y conflicto, independientemente de todas las circunstancias? Esta paz y esta felicidad pueden descubrirse, desentrañarse de cualesquiera circunstancias en que se encuentre el individuo. Durante estas pláticas trataré de explicaros cómo experimentar con nosotros mismos, y así libertar el pensamiento de sus limitaciones autoimpuestas. Pero cada uno debe experimentar y vivir seriamente y no vivir simplemente de acción y frases superficiales.

Este experimento serio, esforzado, debe comenzar con nosotros mismos, con cada uno de nosotros, y es en vano el alterar simplemente las condiciones externas sin un profundo cambio interno. Porque lo que es el individuo es la sociedad, lo que es su relación con otro, es la estructura de la sociedad. No podemos crear una sociedad pacífica, inteligente, si el individuo es intolerante, brutal y competidor. Si el individuo carece de bondad, de afecto, de sensatez en sus relaciones con otro, tiene inevitablemente que producir conflicto, antagonismo y confusión. La sociedad es la extensión del individuo; la sociedad es la proyección de nosotros mismos. Hasta que comprendamos esto y nos entendamos a nosotros mismos profundamente y nos modifiquemos radicalmente, el mero cambio de lo externo no creará paz en el mundo, ni le traerá esa tranquilidad que es necesaria para las relaciones sociales felices.

Así, pues, no pensemos sólo en alterar el medio ambiente: esto necesariamente debe tener lugar si nuestra atención completa se dirige a la transformación del individuo, la de nosotros mismos y de nuestra relación con otro. ¿Cómo podemos tener fraternidad en el mundo si somos intolerantes, si odiamos, si somos codiciosos, voraces? Esto es notorio, ¿verdad? Si cada uno de nosotros es llevado por una ambición que consume, si lucha por tener éxito, si busca la felicidad en las cosas, es seguro que tendrá que crear una sociedad que es caótica, cruel, insensible y destructora. Si todos comprendemos y estamos profundamente de acuerdo en este punto: que el mundo es nosotros mismos, y que lo que somos es el mundo, entonces ya podremos pensar en cómo producir el cambio necesario en nosotros.

En tanto que no estemos de acuerdo en este punto fundamental, sino que simplemente consideremos para nuestra paz y felicidad el ambiente, éste asume una importancia inmensa que no tiene, porque nosotros lo hemos creado, y sin un cambio radical en nosotros mismos llega a ser una prisión intolerable. Nos apagamos al ambiente esperando encontrar en él seguridad y la continuidad de nuestra autoidentificación y, en consecuencia, nos resistimos a todo cambio de pensamiento y de valores. Pero la vida está en continuo flujo y por ende, existe conflicto constante entre el deseo que siempre tiene que llegar a ser estático y la realidad que no tiene morada.

El hombre es la medida de todas las cosas y si su visión está pervertida, entonces lo que piensa y crea debe inevitablemente conducir al desastre y al sufrimiento. El individuo construye la sociedad con lo que él piensa y siente. Personalmente, yo siento que el mundo es yo mismo, que lo que yo hago crea paz o sufrimiento en el mundo, que es yo mismo, y mientras yo no me comprenda no puedo traerle paz al mundo: así pues, lo que me concierne de un modo inmediato es yo mismo, no egoístamente con objeto de obtener mayor felicidad, mayores sensaciones, mayor éxito, porque mientras yo no me entienda a mí mismo, tengo que vivir en la pena y el sufrimiento y no puedo descubrir la paz y felicidad duraderas.

Para comprendernos, tenemos, en primer lugar, que estar interesados en el descubrimiento de nosotros mismos, debemos llegar a estar alerta respecto de nuestro propio proceso de pensamiento y sentimiento. ¿En qué están principalmente interesados nuestros pensamientos y sentimientos, qué es lo que les concierne? Les conciernen las cosas, las gentes y las ideas. En esto es en lo que estamos fundamentalmente interesados: las cosas, las gentes, las ideas.

Ahora bien, ¿por qué es que las cosas han asumido tan inmensa importancia en nuestras vidas? ¿Por qué es que las cosas, la propiedad, las casas, los vestidos, etc., toman un lugar tan dominante en nuestras vidas? ¿Es porque simplemente las necesitamos?, o ¿es que dependemos de ellas para nuestra felicidad psicológica? Todos necesitamos vestido, alimento y morada. Esto es notorio, pero ¿por qué es que esto ha asumido importancia y significación tremendas? Las cosas asumen tal valor y significación desproporcionados porque psicológicamente dependemos de ellas para nuestro bienestar. Alimentan nuestra vanidad, nos dan prestigio social, nos brindan los medios de lograr el poder. Las usamos con objeto de realizar propósitos diversos de los que tienen en sí mismas. Necesitamos alimento, vestidos, albergue, lo cual es natural y no pervierte; pero cuando dependemos de las cosas para nuestra gratificación, para nuestra satisfacción, cuando las cosas llegan a ser necesidades psicológicas, asumen un valor e importancia completamente desproporcionados y de aquí se origina la lucha y el conflicto por poseerlas y los diversos medios de conservar las cosas de las cuales dependemos.

Formúlese cada uno esta pregunta: ¿Dependo de las cosas para mi felicidad psicológica, para mi satisfacción? Si tratáis seriamente de contestar esta pregunta, sencilla en apariencia, descubriréis el proceso complejo de vuestro pensamiento y sentimiento. Si las cosas son una necesidad física, entonces les ponéis limitación inteligente, entonces no asumen esa importancia abrumadora que tienen cuando llegan a ser una necesidad psicológica. Por este camino comenzáis a comprender la naturaleza de la sensación y de la satisfacción: porque la mente que quiere llegar a comprender la verdad debe estar libre de semejantes ataduras.

Para libertar la mente de la sensación y de la satisfacción, tenéis que comenzar con las sensaciones que os son familiares y establecer allí el adecuado cimiento para la comprensión. La sensación tiene lugar, y comprendiéndola no asume la estúpida deformación que tiene ahora.

Muchos piensan que si las cosas del mundo estuvieran bien organizadas, de tal modo que todos tuviesen lo suficiente, entonces existiría un mundo feliz y pacífico; pero yo temo que esto no será así si individualmente no hemos comprendido el verdadero significado de las cosas. Dependemos de ellas porque internamente somos pobres y encubrimos esa pobreza del ser con cosas, y estas acumulaciones externas, estas posesiones superficiales, llegan a ser tan vitalmente importantes que por ellas estamos dispuestos a mentir, a defraudar, a luchar y a destruirnos unos a otros. Porque las cosas son el medio para lograr el poder, para tener gloria. Sin comprender la naturaleza de esta pobreza interna del ser, el mero cambio de organización para la equitativa distribución de las cosas, por más que tal cambio es necesario, creará otros medios y caminos de obtener poder y gloria.

A la mayor parte de nosotros nos interesan las cosas y para comprender nuestra justa relación respecto a ellas, se requiere inteligencia, que no es ascetismo, ni afán adquisitivo; no es renunciación, ni acumulación, sino que es el libre e inteligente darse cuenta de las necesidades sin depender afanosamente de las cosas. Cuando comprendéis esto, no existe el sufrimiento del desprenderse, ni el dolor de la lucha de la competencia. ¿Es uno capaz de examinar y comprender críticamente la diferencia entre las propias necesidades y la dependencia psicológica de las cosas? No podéis responder esta pregunta ahora mismo. Sólo la responderéis si sois persistentemente serios, si vuestro propósito es firme y claro.

Es indudable que podamos comenzar a descubrir cuál es nuestra relación con las cosas. ¿Verdad que se basa en la codicia? ¿Y cuándo se transforma en codicia la necesidad? ¿No es acaso codicia que el pensamiento, percibiendo su propia vaciedad, su propia falta de mérito, proceda a investir las cosas de una importancia mayor que su propio valor intrínseco y en consecuencia crea una dependencia de ellas? Esta dependencia puede producir una especie de cohesión social: pero en ella siempre hay conflicto, dolor, desintegración. Tenemos que hacer claro nuestro proceso de pensamiento y podemos hacer esto si en nuestra vida diaria llegamos a darnos cuenta conscientemente de esta codicia y de sus aterradores resultados. Este darse cuenta conscientemente de la necesidad y de la codicia, ayuda a establecer el cimiento recto para nuestro pensar. 

La codicia, en una forma u otra, es siempre la causa del antagonismo, del odio nacional despiadado, y de las brutalidades sutiles. Si no comprendemos la codicia y la combatimos, ¿cómo podemos comprender la realidad que trasciende todas estas formas de lucha y sufrimiento? Debemos comenzar con nosotros mismos, con nuestra relación respecto a las cosas y a la gente. Tomé en primer lugar las cosas porque a la mayor parte de nosotros nos interesan son para nosotros de tremenda importancia. Las guerras son por las cosas y en ellas están basados nuestros valores sociales y morales Sin entender el proceso complejo de la codicia no comprenderemos la realidad.

Para quienes por primera vez vienen aquí, haré una breve explicación acerca de lo que hablamos el domingo pasado. Los que estéis siguiendo estas pláticas de modo serio, no debéis sentir impaciencia, porque estamos tratando de pintar con palabras un cuadro de la vida tan completo como sea posible. Debemos entender el cuadro integro, la actitud completa hacia la vida y no meramente una parte.

Decía la semana pasada que no puede haber paz o felicidad en el mundo a menos de que nosotros, como individuos, cultivemos la sabiduría que da por resultado la serenidad. Muchos piensan que sin considerar su propia naturaleza interna, su propia claridad de propósito, su propia comprensión creadora, alterando en cierta medida las condiciones externas, pueden producir paz en el mundo. Esto es, esperan tener fraternidad en el mundo aun cuando en su interior estén atormentados por el odio, por la envidia, por la ambición, etc. Que esta paz no puede existir a menos que el individuo, que es el mundo, efectúe un cambio radical dentro de sí mismo, es obvio para quienes piensen profundamente.

Después de siglos de predicar la bondad, la fraternidad, el amor, vemos en rededor nuestro el caos y una brutalidad extraordinaria; somos fácilmente cogidos en este remolino de odio y antagonismo, y pensamos que alterando los síntomas externos, tendríamos la unidad humana. La paz no es una cosa que pueda traerse del exterior, puede solamente venir de adentro; esto requiere gran empeño y concentración, no en algún propósito único, sino en la comprensión del problema complejo del vivir. Tomé como una de las causas principales de conflicto en nosotros mismos y por consiguiente en el mundo, la codicia, con su temor, con su anhelo de poder y dominio, a la vez que social, intelectual y emocional. Traté de marcar la diferencia entre la necesidad y la codicia. 

Necesitamos alimentos, ropa y albergue, pero esa necesidad se convierte en codicia, fuerza psicológica que impulsa nuestra vida, cuando por el anhelo de poder, de prestigio social, etc., damos valor desproporcionado a las cosas. Hasta que disolvamos esta causa fundamental de conflicto o choque en nuestra conciencia, la sola búsqueda de paz es vana. Aun cuando por medio de los códigos podamos tener orden superficial, el anhelo de poder, de éxito y demás, perturbará constantemente el vínculo que mantiene unida la sociedad y destruirá este orden social. Para producir paz dentro de nosotros y, por consiguiente dentro de la sociedad, debe comprenderse este choque central en la conciencia, causado por el anhelo. Para comprender, debe haber acción.

Hay quienes juzgan que el conflicto en el mundo es causado por la codicia, por la aserción individual para obtener poder y dominio por medio de la propiedad, y proponen que los individuos no retengan medios de adquirir poder, creen conseguir esto por medio de la revolución, del control de la propiedad por el Estado, siendo el Estado los pocos individuos que tienen en sus manos las riendas del poder. No podéis destruir la codicia por medio de códigos. Podréis destruir una forma de ella por la coacción, pero de un modo inevitable tornará en otra forma que creará de nuevo caos social.

También hay quienes piensan que la codicia o el anhelo pueden ser destruidos por medio de ideales intelectuales o emocionales, por medio de dogmas y credos religiosos; esto tampoco puede ser, porque la codicia no se domina por la imitación, el servicio o el amor. Anonadarse no es: el remedio duradero para el conflicto de la codicias Las religiones han ofrecido compensación por librarse de la codicia; pero la realidad no es compensación. Perseguir compensación es llevar a otro nivel, a otro plano, la causa del conflicto que es la codicia, el anhelo; pero el choque y el dolor siguen allí.

Los individuos están atrapados por el deseo de crear orden social o relación humana amistosa por medio de la legislación y de encontrar la realidad que prometen las religiones como compensación por renunciar a la codicia. Pero como lo he apuntado, la codicia no puede destruirse por la legislación o por la compensación. Para abordar de un modo nuevo el problema de la codicia, debemos ser plenamente conscientes de la falacia de una mera legislación social en su contra y de la actitud religiosa compensadora que hemos desarrollado. Si ya no estáis buscando compensación religiosa para la codicia, o si no estáis ya agarrados en la falsa esperanza de la legislación en contra de ella, entonces empezaréis a comprender un proceso diferente para disolver este anhelo de modo completo; pero esto requiere empeño persistente, sin sentimentalismo, sin los engaños del astuto intelecto.

Todo ser humano necesita alimento, ropa y albergue; pero ¿por qué ha llegado a ser esta necesidad un problema tan complejo y doloroso? ¿No es acaso porque usamos las cosas con propósito psicológico, más bien que como mera necesidad? La codicia es la demanda de satisfacción, de placer, y usamos las necesidades como medios de conseguirlo y les damos mucha mayor importancia y valor del que tienen. Mientras uno usa las cosas porque las necesita, sin estar psicológicamente involucrado en ellas, puede haber una limitación inteligente en las necesidades, que no esté basada en una mera gratificación.

El depender psicológicamente de las cosas se manifiesta como miseria y conflicto social. Siendo uno pobre interna, psicológica, espiritualmente, se piensa en enriquecerse por medio de posesiones con demandas y problemas complejos siempre en aumento. Sin resolver fundamentalmente la pobreza psicológica del existir, la sola legislación social o el ascetismo no pueden resolver el problema de la codicia, del anhelo. ¿Cómo puede, pues, resolverse fundamentalmente y no sólo en su manifestación externa, en su periferia? ¿Cómo va a liberarse el pensamiento del anhelo? Percibimos la causa de la codicia: el deseo de satisfacción, de deleite, pero ¿cómo ha de ser disuelta? ¿Ejercitando la voluntad? Si es así, ¿qué forma de voluntad? ¿La voluntad de vencer? ¿La voluntad de refrenar? ¿La voluntad de renunciar? He aquí el problema: siendo codicioso, avariento, mundanal, ¿cómo desembarazar el pensamiento de la codicia?

Como el pensamiento es ahora producto de la codicia, es transitorio y así no puede comprender lo eterno. Lo que ha de poder comprender lo inmortal, debe ser también inmortal. Lo permanente puede ser entendido solamente al través de lo transitorio. Esto es, el pensamiento nacido de la codicia es transitorio y todo lo que crea debe ser seguramente transitorio también, y mientras la mente esté aprisionada dentro te lo transitorio, dentro del círculo de la codicia, no puede ni trascenderla, ni vencerse a sí mismo. En su esfuerzo por dominar, crea mayores resistencias y más y más se enreda en ellas.

¿Cómo va a disolverse la codicia sin crear posterior conflicto, si el producto del conflicto está siempre dentro del dominio del deseo, el cual es transitorio? Podréis vencer la codicia por el esfuerzo de voluntad que se traduce en abnegación: pero eso no conduce a la comprensión, al amor, porque tal voluntad es producto del conflicto y no puede, por ende, libertarse de la codicia. Reconocemos que somos codiciosos. Hay satisfacción en poseer. Esto llena nuestro ser, lo expande. ¿Por qué, pues, necesitáis luchar contra eso? Si de veras estáis satisfechos con esta expansión, entonces no tenéis problema consciente. ¿Pero acaso puede ser la satisfacción completa? ¿No está en estado de flujo constante, anhelando una gratificación tras otra?

Así el pensamiento queda atrapado en su propia malla de ignorancia y dolor. Comprendemos que estamos aprisionados por la codicia, y también percibimos, cuando menos intelectualmente, el efecto de la codicia. ¿Cómo, pues, va el pensamiento a desembarazarse de sus propios y autocreados anhelos? Sólo estando constantemente alerta, sólo por medio de la comprensión del proceso de la codicia misma. La comprensión no se obtiene por el mero ejercicio de un propósito unilateral, sino por medio de ese acercamiento experimental que tiene la cualidad peculiar de inclusión total, de lo entero. Este acercamiento experimental yace en los actos de nuestra vida diaria; en llegando a darse cuenta de una manera profunda del proceso de la codicia y de la satisfacción, se produce el acercamiento integral a la vida, la concentración que no es resultado de elegir, sino que es lo completo.

Si estáis alerta, observaréis claramente el proceso del anhelo; veréis que en este observar existe el deseo de selección, el deseo de razonar: pero este deseo es aún parte del anhelo. Tenéis que ser agudamente conscientes de la sutileza del anhelo y, así, a través del experimento surge la plenitud de la comprensión, que es lo único que de un modo radial liberta al pensamiento del anhelo. Si de este modo sois conscientes, habrá una forma diferente de voluntad o de comprensión, que no es voluntad nacida del conflicto o de la renunciación, sino de lo total, de lo completo; lo cual es santo. Esta comprensión es un acercarse a la realidad que no es producto del propósito o esfuerzo de logro; de la voluntad nacida del anhelo y del conflicto. La paz es de esta totalidad, de esta comprensión.
Krishnamurti, Ojai, 1940
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