EL HOMBRE, EL MISTERIO Y EL MENSAJE
KRISHNAMURTI
PRIMERA PARTE
Capítulo uno
Capítulo dos
Capítulo tres
Capítulo cuatro
Capítulo cinco
Capítulo seis
Capítulo siete
EL MISTERIO
SEGUNDA PARTE
EL MENSAJE
Capítulo ocho
SOBRE LA SERVIDUMBRE HUMANA
Capítulo nueve
SOBRE LA MENTE, LA CONCIENCIA Y EL YO
Capítulo diez
SOBRE LA RELIGIÓN Y LA VIDA RELIGIOSA
Capítulo once
SOBRE LA VIDA Y LA MUERTE
Capítulo doce
LA REVOLUCIÓN PSICOLÓGICA
TERCERA PARTE
DESCUBRIMIENTOS Y APLICACIONES
Capítulo trece
VIVIR Y APRENDER
Capítulo catorce
LOS PROBLEMAS DE LA VIDA
Capítulo quince
LA CIENCIA Y EL FUTURO:
LOS DIÁLOGOS CON BOHM
Apéndice
LA TOTALIDAD Y EL ORDEN IMPLICADO DE BOHM
INTRODUCCIÓN
En los catálogos de las
bibliotecas Krishnamurti está clasificado generalmente como
filósofo. El hubiera hecho objeciones al título, y pocos filósofos
académicos se lo hubiesen dado, aunque sólo fuera porque no había leído ninguno
de sus libros. De hecho, él aseguraba que casi no había leído nada, excepto
novelas de suspenso y las de P. G. Wodehouse como diversión, y en toda su obra
prácticamente no hay ninguna referencia a otros escritores. Sin embargo, ¿cómo
llamar a un hombre que durante más de medio siglo exploró y trató temas tales
como la libertad, la verdad, el miedo, la muerte, el sufrimiento, la ética, el
propósito de la vida y la naturaleza de la inteligencia? Estos son algunos de
los temas perennes de la filosofía, y Krishnamurti expuso ideas originales
sobre todos ellos; ideas totalmente derivadas de las experiencias de su propia
vida.
Cuan extraordinarias fueron las experiencias
de su vida; tanto que la doctrina que surgió de ellas quizá sea demasiado
exigente y austera para la mayoría de la gente. En 1929 declaró que su
propósito en la vida era «liberar al hombre». Sus prescripciones para la
obtención de la libertad y la conquista del miedo y el sufrimiento son fáciles
de entender, pero para la mayoría de la gente extremadamente difícil de practicar.
Su ideal de la condición humana era el descrito en los versos del poeta T. S.
Eliot:
Una condición de completa simplicidad
que cuesta nada menos que todo.
El propio Krishnamurti estaba
preparado para asumir el coste, y en sus primeros años se encontraba en una
posición extraordinaria para poder llevarlo a cabo al proporcionársele lo
necesario y estar protegido de las realidades más desagradables y las
tentaciones engañosas de la vida de manera conveniente al joven dios que muchos
creían que era. Su modo de vida y una tendencia temperamental hacia el
misticismo se unieron para proporcionarle una serie de experiencias religiosas
que a la vez aumentaron su autoridad ante sus seguidores y, paradójicamente, le
hicieron repudiar a los mismos. Esas experiencias también sirvieron para sentar
la base de su filosofía.
Krishnamurti expuso esa filosofía
en libros y conferencias a lo largo de unos setenta años aproximadamente, y sus
lúcidos y provocadores conceptos han llegado al conocimiento de millones de
personas. Si hubiera llevado a cabo su propósito declarado, los seres humanos
habrían cambiado fundamentalmente; por tanto, algunos pueden decir que el
propósito fue concebido erróneamente por un joven que era ingenuo ante ciertas
realidades de la vida y la naturaleza humana. Pero si no cambió el mundo, sí
influyó en él. Aunque se declaró «bastante alérgico a los gurús» e insistió en
que nadie podía aprender nada significativo de ningún otro, su evidente
diferencia como ser humano y filósofo fue tal que, a lo largo de tres o cuatro
generaciones, los jóvenes se congregaron para escucharle.
Cuando murió en 1986, su
influencia mundial era verdaderamente más profunda que la de los gurús más
llamativos y con buena publicidad que surgieron de distintos lugares de Oriente
en los años sesenta y setenta, quienes generalmente se dedicaban a negocio de
mercadear alguna panacea o técnica para aliviar el malestar humano y para
llevar a cabo aquel avance espiritual que todos, excepto los seres huma-nos más
extraviados, conciben como el propósito de la vida. Krishnamurti no tenía
panaceas ni técnicas para vender, ni siquiera para recomendar. Según él, la
filosofía «significa amor a la verdad, no amor a las palabras; no amor a las
ideas, no amor a la especulación, sino amor a la verdad. Y eso significa que
tienes que encontrar por ti mismo dónde está la realidad».
Así que empecemos por ver cómo
este hombre singular descubrió «dónde está la realidad».
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